Han sido 100 días de actividad frenética en el exterior con tres viajes a Washington y varios más a Bruselas, París, Berlín o Roma para restablecer la relación con la Unión Europea. En el interior, Starmer ha puesto fin a dos años de huelgas de los conductores de trenes y de los médicos residentes subiéndoles los sueldos. Ha enterrado el proyecto conservador de deportar a los inmigrantes irregulares a Ruanda y hecho frente con mano de hierro a una oleada de protestas racistas a comienzos del verano. Pero también ha quitado a los pensionistas la subvención para pagar la calefacción en invierno y ha rebajado su promesa electoral de mejorar los derechos de los trabajadores con una reforma laboral que, además, no entrará en vigor hasta dentro de dos años. Y ha declarado haber recibido unos 120.000 euros en regalos, en forma de trajes, gafas de diseño o palcos para ver el fútbol. Lo que explica que la popularidad del primer ministro haya caído en picado en estos poco más de tres meses.
Foto: Keir Starmer (Liam McBurney/Pool Photo via AP)