Mientras policía y autoridades se centraban en el atentado que dos horas antes había arrasado la sede del gobierno noruego, a tan sólo 40 kilómetros un ultraderechista de 32 años ejecutaba un siniestro plan: el asesinato de más de 80 jóvenes que participaban en un campamento de verano vinculado al Partido Laborista. Un crimen de odio, que supone la peor tragedia en Noruega desde la segunda guerra mundial. Durante hora y media, vestido de policía, el presunto asesino reunió a parte de sus víctimas, les dijo que tenía información importante y comenzó a disparar indiscriminadamente, al grito de "debeís morir todos".
La policía vincula los dos atentados: el coche bomba que explotó en Oslo y la masacre juvenil en la tranquila Isla de Utoya. En total, casi un centenar de muertos, muchos heridos y un sentimiento de duelo nacional del que la pacífica sociedad noruega tardará en recuperarse.