Cien días de Crisis
- Obama despliega una actividad frenética en sus primeros cien días para resolver la crisis
- Más del 60% de los estadounidenses aprueban su gestión según las encuestas
- Cambio de tono del Presidente a partir de la aprobación del plan de estímulo
- La recuperación económica no es posible sin limpiar los bancos
- Las primas de AIG ensucian el rescate financiero de Geithner
- La crisis se ceba con el empleo, el automóvil y el sector inmobiliario
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Los grandes presidentes de Estados Unidos se han forjado con desafíos extraordinarios. Es el mejor pasaporte a la Historia: desde Washington y Lincoln a Roosevelt y Reagan. Obama tiene servido el cáliz con creces. La crisis económica no le ha dado tregua. Es su prioridad, ha desplegado una actividad frenética para resolverla, le desvela noche tras noche. El sueño americano vuelto del revés. A ella se ha entregado desde el primer minuto de su presidencia. No en balde, el párrafo final de su discurso de investidura era una cita de Thomas Paine.
"Decidle al mundo del futuro, que en la profundidad del invierno, cuando nada salvo la esperanza y la virtud podían sobrevivir, que la ciudad y el campo, alarmados ante el peligro común, dieron un paso al frente para ir a su encuentro y repelerlo".
Obama ha combinado la audacia de Franklin D. Roosevelt ante la Gran Depresión -sólo debéis temer al miedo mismo-, con la inspiración de John F. Kennedy en sus mensajes. Optimismo, determinación y ejemplo: ha congelado desde el primer día el sueldo de sus colaboradores. Los resultados están por ver.
Cambio de tono a partir del plan de estímulo
El tono de Obama ante la crisis ha variado. Llegó a ser apocalíptico. Catástrofe, desastre, década perdida, al borde del abismo, son algunos de los adjetivos con los que ha calificado la Gran Recesión.
Pero meter el miedo en el cuerpo tenía un objetivo político. Era el aguijón para aprobar cuanto antes su plan de estímulo económico. 787.000 millones de dólares para reactivar una economía maltrecha. Una inyección keynesiana sin precedentes para impulsar las infraestructuras, apostar por las energías verdes, invertir en educación e investigación, racionalizar una cobertura sanitaria que excluye a un sexto de la población y dar un alivio fiscal a la clase media.
El tótem el estímulo es volver a crear empleo. De hecho, los datos de paro subrayaban las palabras del Presidente mientras el Congreso debatía el plan. Más de cinco millones de empleos se ha cobrado la recesión. Un millón más de los que aspira a crear o salvar el plan. A pesar de ello y de todos los gestos de reconciliación a los republicanos, el proyecto salvó el trámite por la mínima. Las heridas entre ambos partidos siguen sin cicatrizar pero Obama firmaba su plan el 17 de febrero.
A partir de entonces, el mensaje a la nación ha sido diferente. La psicología juega un papel decisivo en la economía y Obama ha dejado entrever los primeros rayos de esperanza.
La recuperación no es posible sin limpiar los bancos
Es la segunda pata de la estrategia de Obama: el plan de rescate financiero. Los activos tóxicos ensucian los balances de los bancos, y hasta que no se limpien, el crédito seguirá congelado.
Para reactivarlo, el Tesoro y la Reserva Federal han tomado medidas sin precedentes. Alrededor de 10 billones, con B, de dólares para apuntalar el sistema, sanear los balances y desatascar las tuberías del dinero.
El presidente de la Fed, Ben Bernanke, es uno de los mayores expertos mundiales en la Gran Depresión. Ha esquivado los errores que se cometieron entonces. Ha prestado a manos llenas. Ha bajado los tipos de interés al cero. Y ha puesto en marcha la máquina de imprimir dinero sin reparos.
Las primas ensucian el rescate financiero
Pero el ojo del huracán mediático se ha concentrado sobre el responsable del Tesoro, Tim Geithner. Fue criticado primero por sus problemas con Hacienda, luego por la falta de concreción de su plan, y más tarde por sus vínculos con Wall Street y el escándalo de las primas de AIG. Obama tuvo que salir a defenderlo. "La responsabilidad es mía", zanjó el Presidente. Pero las siglas se le atragantaron de rabia.
Lo cierto es que las primas que cobraron los ejecutivos de AIG han indignado a pueblo estadounidense. Premiar a los responsables del desastre con dinero público ha ensombrecido los esfuerzos para rescatar al sistema financiero. La estafa de Madoff es sólo la punta del iceberg. Otro ejemplo de los excesos y la avaricia que han cebado esta crisis.
Para que no se vuelvan a repetir, Obama ha pedido al Congreso reglas más claras. Para tapar los agujeros, el plan de rescate de Geithner quiere incorporar a los inversores privados en la compra de los activos tóxicos. El anzuelo parece irresistible. Un billón de dólares para financiar la operación y riesgos bastante cubiertos.
Los resultados están por ver. El 4 de mayo se publican las pruebas de resistencia a las que han sometido a los 19 principales bancos del país. Ya está claro que algunos necesitarán más capital. Y el debate es si el Estado debe nacionalizar por las claras o por la puerta de atrás: comprando la mayoría de las acciones.
Cuesta abajo y sin frenos
El consenso de las autoridades es que la salida llegará a finales de año. Mientras tanto, la economía real sigue en caída libre. El PIB se contrajo más del 6% en el último trimestre con datos. Los precios dan señales de la temida deflación. El paro se sirve de 600.000 en 600.000 cada mes. El déficit en las cuentas públicas se acerca a los dos billones. Los desahucios baten récords y el sector inmobiliario, donde se gestaron las hipotecas basura, todavía no ha tocado suelo.
El vendaval pasa factura a una de las industrias emblemáticas de Estados Unidos: el automóvil. De sus tres gigantes, dos se enfrentan a la quiebra. General Motors cierra plantas, modelos y concesionarios. Chrysler negocia a marchas forzadas una alianza con Fiat. Washington presiona a los prestamistas con el fantasma de la bancarrota y ha impuesto condiciones y plazos para seguir metiendo dinero. Hasta ahora, sólo Ford se salva de la quema.
Obama aprueba en su frenesí
El veredicto final de toda esta actividad frenética llevará tiempo. Pero en el país de las encuestas, los ciudadanos ya tienen una primera opinión. Los seis últimos presidentes en sus primeros cien días de mandado han tenido una aprobación entre el 55 y el 67%. Obama supera la media con un 62,2% según Pollster.