Obama busca una cura para la reforma sanitaria
- La mayor apuesta de Obama no está aprobada y pende de un hilo
- La reforma se ha atascado en su último trámite por la muerte de Kennedy
Muchos españoles se preguntarán si la reforma de la Sanidad en EE.UU. se ha aprobado o no. La duda es razonable porque algunos titulares de prensa la han dado por pasada repetidas veces. Es el problema de la simplificación. Donde debería decir Senado o Cámara de Representantes, se pone Congreso o Estados Unidos.
Y la realidad, en pocas palabras, es que la mayor apuesta política de Obama no sólo no está aprobada sino que pende de un hilo. La razón hay que buscarla en el tortuoso proceso legislativo norteamericano. Una ley como la reforma sanitaria debe ser ratificada primero por la Cámara de Representantes y luego por el Senado. Si los textos no coinciden, deben armonizarlos y volverlos a votar. Y sólo cuando el Presidente estampa su firma, se puede decir que el proyecto es ley.
En este caso, la carrera ha encallado justo al final. No deja de ser una ironía que se deba en última instancia a la muerte del senador Ted Kennedy, que dedicó toda su vida a sacar adelante esta reforma. Y es una tragedia que la ausencia del patriarca demócrata, representante del corazón liberal del país, pueda dar al traste con la presidencia de Obama. Hay mucho en juego.
No bajar la guardia ni en vacaciones
Tras rescatar al sistema financiero y aprobar el mayor programa de estímulo económico de la historia, Obama decide embarcarse en la reforma de la Sanidad. Quiere vencer dónde fracasaron todos sus predecesores. Y envida a la grande. Extender la cobertura sanitaria en un país donde casi un quinto de la población carece de ella. La estrategia es cuestionable ya que no es la prioridad de los ciudadanos. La táctica es discutible, porque sólo un proyecto modesto tiene posibilidades comprobadas de éxito.
El destino y la bisoñez se cruzan en el camino a finales de agosto de 2009. La administración Obama se va de vacaciones y deja el campo libre a los republicanos, las aseguradoras y las compañías farmacéuticas. La oposición a la reforma toma la iniciativa y emprende una dura campaña. Con medias verdades y mentiras flagrantes, consiguen sembrar dudas en la opinión pública: la reforma pagará el aborto, practicará la eutanasia, despojará a los jubilados de su asistencia y disparará el coste de los seguros.
Pero la semilla del desastre vendrá con la muerte del senador Ted Kennedy. Su fallecimiento priva a los demócratas de los 60 escaños en el Senado. Una cifra mágica que garantiza la supermayoría. Un término equívoco, porque la realidad es que para sacar adelante una ley en este país hay que contar con ellos. Si no, la oposición puede practicar el llamado filibusterismo parlamentario, que consiste en paralizar el proyecto a base de hablar largo y tendido en la tribuna. Ad nausea. Ad infinitum.
Un otoño prometedor
La tragedia no se materializa de inmediato porque el Estado de Massachusetts nombra a un senador interino, demócrata por supuesto, hasta que se celebren elecciones en enero. Mientras tanto, los lobbies del sector sanitario se dedican a segar la hierba. Sus efectivos superan con creces a los congresistas, en razón de ocho a uno, lo que cuestiona la representación ciudadana en Washington.
Las encuestas empiezan a flaquear y la Cámara de Representantes toma nota. En noviembre da un paso histórico y aprueba por la mínima el proyecto. Extiende la cobertura sanitaria a 36 millones de personas pero deja deslavazada la llamada opción pública -un seguro a cargo del Estado que compite con las empresas privadas- y pone límites al aborto. Con la enmienda Stupak, esa opción pública no podrá cubrir el aborto, salvo en los casos de incesto, violación o peligro para la madre. Las personas que reciban subsidios federales tampoco podrán comprar seguros que permitan la interrupción del embarazo.
El proyecto sigue su trámite en el Senado, una cámara más conservadora y, a diferencia de España, mucho más poderosa. El día de Nochebuena, aprueba su versión. Con 60 votos justos. Se reduce la extensión de la Sanidad a 30 millones de ciudadanos, desaparece la opción pública, se modifica la financiación y curiosamente, los límites al aborto se difuminan. Con todo, parece que la victoria está al alcance de la mano. Sólo falta armonizar las versiones de las dos cámaras.
El batacazo
El espejismo es tan sólido, la fruta tan al alcance de la mano, que la administración Obama vuelve a bajar la guardia. Dan por descontado que Massachusetts votará demócrata. Lo ha hecho durante el último medio siglo. Respaldó a Obama en las elecciones con más del 60%. Y con ese optimismo, dedican pocos fondos y apoyo a la campaña de su candidata. En las dos últimas semanas se dan cuenta de su error. El candidato republicano, Scott Brown, se despega en los sondeos. Tratan de echar toda la carne en el asador, Obama se mete en campaña, pero es demasiado tarde. Obama recibe como regalo de aniversario la derrota.
El batacazo en Massachusetts priva a los demócratas de los 60 escaños en el Senado. De nada vale ya armonizar los proyectos de ambas cámaras. No superarían el corte. Obama trata de hacer un último intento para ganar algún apoyo republicano. Pero la oposición no va a concederle semejante triunfo político en un año electoral. Se renueva un tercio del Senado y la totalidad de la Cámara de Representantes. Aprovechan la cumbre para remachar una idea: la reforma encarecerá las pólizas.
A estas alturas, el Presidente sólo cuenta con dos opciones. Empezar de nuevo con un proyecto mucho más modesto, tal como le exigen los republicanos, o tirar por la calle de en medio y lanzar a sus congresistas a la reconciliación presupuestaria. Un procedimiento parlamentario que permitiría sacar la reforma por mayoría simple: 51 votos. Pero que exige que la Cámara de Representantes apruebe antes la versión del Senado. Y eso supone tragarse el sapo del aborto, la opción pública o los límites a los inmigrantes. A día de hoy, Obama no cuenta con suficientes votos para hacerlo. Ted Kennedy se debe estar revolviendo en la tumba.