La tranquilidad no regresa a las calles de Jerusalén tras el "Día de la Ira"
- Cerca de 3.000 policías y Guardias de Fronteras vigilan las calles
- En el "Día de la Ira" hubo más de medio centenar de heridos
- Tras los enfrentamientos callejeros se teme una Tercera Intifada
Digan lo que digan la tranquilidad no ha regresado a las calles de Jerusalén. A estas horas y así hasta el viernes, 3.000 policías y Guardias de Fronteras seguirán vigilando las calles de la Ciudad Vieja y los barrios de Jerusalén Este. Quieren evitar unas revueltas que, sólo el martes, causaron medio centenar de heridos y un buen número de detenidos.
Los enfrentamientos del día 16 fueron, en cierto modo, la culminación de un aumento de la tensión política y social que vive Israel tras una serie de acontecimientos que, de no ponerles coto, sumirán al país judío en una de las peores crisis de relaciones que se recuerdan con Estados Unidos y una situación sin vuelta atrás ante la posibilidad de retomar negociaciones de paz con los palestinos.
Un antecedente similar ocurrió en 1975 cuando el entonces secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, y el primer ministro israelí Isaac Rabin polemizaron agriamente por las presiones de Washington para que Israel se retirara de la península del Sinaí.
Si los acontecimientos vividos en los últimos días son la antesala a una nueva Intifada sólo el tiempo y la actitud de las partes puede decidirlo, pero es evidente que la escalada de la tensión ha sido amasada por Israel con sus polémicas decisiones.
Israel caldea el ambiente
Hace unas semanas el gobierno de Benjamín Netanyahu anunció su intención de pasar al patrimonio israelí la Tumba de los Patriarcas en Hebrón y la Tumba de Raquel que se encuentra en la ciudad de Belén. La medida enervó los ánimos palestinos y los disturbios no se hicieron esperar.
Días después llegó a Israel el vice-presidente americano, Joe Biden, quién mientras se fotografiaba sonriente con el matrimonio Netanyahu conocía el anuncio israelí de construir 1.600 nuevas viviendas en Jerusalén Este y la Cisjordania ocupada.
Biden venía a Israel a intentar retomar negociaciones de paz indirectas con los palestinos y ese anuncio, calificado por el primer ministro israelí como "inoportuno" era un puñetazo en el estómago a la diplomacia americana y una humillación más para los palestinos que, previamente, habían aceptado esas negociaciones.
La reacción de gobierno de Barak Obama fue fulminante para con Netanyahu al que han exigido una investigación que aclare cómo se desarrolló el proceso que desembocó en el anuncio de las nuevas construcciones. Además, le han exigido que el Comité de Planificación y Construcción de Jerusalén, responsable del anuncio, se retracte públicamente de la medida.
Junto a esto se pide que Israel haga un gesto significativo para con los palestinos con el fin de que accedan a reanudar las conversaciones de paz dentro del plan americano de contactos indirectos y una declaración oficial israelí que reconozca que las conversaciones tienen como objetivo abordar cuestiones tan importantes como fronteras, refugiados, capitalidad de Jerusalén, seguridad y asentamientos.
La respuesta a estas solicitudes por parte de Benjamín Netanyahu ha sido el anunciar ante la Kenesset (el Parlamento) que seguirán construyendo como lo hicieron todos los gobiernos en los últimos sesenta años. Y como no hay dos sin tres y para añadir más tensión, este pasado martes se llevo a cabo la inauguración de la Sinagoga de Hurga en pleno barrio judío de Jerusalén y a 400 metros de la mezquita de Al Aqsa.
El trasfondo de la difícil situación económica
Entre medias de todos estos fastos un grupo ultraderechista judío anunciaba su intención de manifestarse en la Explanada de las Mezquitas para reclamar su derecho al rezo en el lugar donde se ubicó el Segundo templo. El resultado es de todos conocido: los radicales de Hamás llamaron a manifestarse en el "Día de la Ira" y las calles de Jerusalén Este se convirtieron en un campo de batalla.
Han sido, por tanto, dos semanas de enfrentamientos y luchas callejeras que han recordado a muchos los peores momentos de las dos Intifadas, las movilizaciones callejeras y acciones terroristas que costaron la vida a 1.162 palestinos y 160 israelíes entre diciembre del 87 y septiembre del 93 y a 3.733 palestinos y 1.011 israelíes entre septiembre del 2000 y febrero del 2005.
El pasado febrero el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abaás, y el primer ministro del gobierno de Hamás en Gaza, Ismail Haniya, advertían, sin ponerse de acuerdo, del comienzo de una "guerra santa". El ministro de información israelí aseguraba, también por esas fechas, que la Intifada "ya casi había estallado".
Es evidente, no obstante, que habrá cuestiones como la complicada situación económica en estos tiempos de crisis que determinarán si se debe salir a la calle a arruinar, por ejemplo en Jerusalén, la industria turística o a otros sectores palestinos que viven directamente de la afluencia de peregrinos a la tres veces ciudad santa. Israel debe sopesar si abre otro frente de conflicto como los que mantiene con Gaza o Líbano, Siria y la cuestión del complicado programa nuclear iraní y las amenazas del régimen de Teherán a Israel.
Los palestinos tienen que poner sobre la mesa, también, la repercusión que podría tener una crisis en forma de intifada para con la llegada de recursos y subvenciones económicas desde Europa. Israel debe estudiar, detenidamente, si le merece la pena que su credibilidad puede seguir perdiendo enteros en todo el mundo y especialmente con su fraternal amigo del alma, Estados Unidos.