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La elección más difícil de los británicos: dónde meter la tijera para recortar las deudas

  • Todos los partidos prometen controlar el déficit, aunque discrepan sobre cómo
  • Otro desafío será reducir el excesivo peso del sector financiero en la economía

Ver también: Especial Elecciones Reino Unido 2010

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The Swiss RE building, known as the Gherkin, is pictured from a nearby office block in the City of London
El distrito financiero de Londres, conocido como la City, que ha sido el motor de la economía británica durante dos décadas y ahora lidia con la crisis financiera.

Es posible que las elecciones que este jueves celebra Reino Unido signifiquen un cambio de época, pero lo que es seguro es que el próximo primer ministro británico se va a encontrar una herencia envenenada, el mayor déficit público en la historia del país, cuya corrección se ha convertido en el principal caballo de batalla de la campaña electoral.

Hasta ahora, Reino Unido ha salido bastante bien librado en los mercados en cuanto a posibles comparaciones con Grecia y el resto de los PIGS, pero los datos son evidentes: aunque su deuda todavía se vende a tipos de interés relativamente bajos, la diferencia entre los ingresos y los gastos del Estado en 2009 fue del 11,5%, una cifra similar a la España y superior a la de Italia o Portugal, tan denostados todos ellos en la prensa financiera de la City londinense.

Sin embargo, el problema del déficit no es sólo cuestión de orgullo: la simple posibilidad de que el Tesoro tenga que acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) en reclamo de ayudas, como ya ocurrió en 1976, supone un lastre para la recuperación económica, que en Reino Unido está siendo tardía y modesta -apenas un 0,1% en el último trimestre de 2009-.

Parte del déficit es coyuntural y desaparecerá con la crisis, pero el resto es estructural: los analistas estiman entre el 7,8 y el 9% del PIB, uno de los más elevados del mundo, que llevaría el nivel de deuda del 68% actual al 75% en 2014. Para controlar este déficit sólo hay dos caminos, subir impuestos o recortar gastos, y cualquiera de ellos supone una labor incómoda para quien gobierna. Los tres principales partidos lo asumen, pero discrepan sobre dónde meter la tijera.

Recortes que sean creíbles

Los laboristas, en este sentido, han prometido reducir el déficit un 50% en 2014, combinando recortes de gastos -la inversión se reducirá a la mitad entre 2009 y 2012, los gastos generales se bajarán un 2%y se congelarán parcialmente los salarios públicos- y aumentos de impuestos, como elevar al 50% el tipo marginal sobre las rentas superiores a 150.000 libras. Su líder, Gordon Brown, se ha comprometido a no tocar educación, sanidad ni seguridad.

Los conservadores de David Cameron, por su parte, prometen no realizar recortes en sanidad ni ayuda al desarrollo, pero todos lo demás pasaría por la tijera -pretenden ahorrar más de 6.000 millones de libras en 2010- incluyendo los salarios públicos, que serían congelados en 2011. Al contrario que los laboristas, descartan cualquier subida impositiva, pero si comparten la necesidad de elevar la edad de jubilación a 66 años en 2026, como recomienda un informe encargado por Tony Blair en 2004.

Los partidos no han sido sinceros sobre los recortes necesarios

Los liberales-demócratas de Nick Clegg han sido los menos concretos, comprometiéndose a reducir el déficit estructural en términos generales, ya que su política económica se centra más en aspectos como la fiscalidad verde.

Lo verdaderamente preocupante es que ninguna de estas promesas parece factible: el Instituto de Estudios Fiscales británico ha asegurado que ningún partido ha sido honestos con sus votantes sobre los recortes, augurando el mayor ajuste de los últimos 30 años. El FMI también estima que, para reducir la deuda por debajo del 60% del PIB, se requieren superávits superiores al 5%, es decir, un ajuste fiscal mayor incluso que el acometido por Margaret Tatcher.

Un cambio de modelo

En otro sentido, sin embargo, el próximo Gobierno deberá desandar el camino iniciado por la Dama de hierro en los 80: la hipertrofia del sector financiero, que ha predominado en el crecimiento de la economía británica en los últimos 20 años, en el que el PIB ha subido un 3% de media.

Ese impulso que ofrecía la City se convirtió en lastre cuando se desató la crisis financiera en 2008: el Gobierno se vio obligado a destinar 400.000 millones de libras (unos 425.000 millones de euros) para rescatar a bancos de la talla del Royal Bank of Scotland -hoy propiedad estatal al 70%- y Lloyds. Al igual que en España, la crisis financiera se combinó con el estallido de la burbuja inmobiliaria -los precios de la vivienda han caído un 15%- y con un elevado déficit comercial.

El desempleo solo ha subido un 2,6%, hasta el 8% de la población activa

El resultado es que, desde 2007, el PIB británico ha caído un 4%, aunque no todo es negativo: los precios y los salarios se han ajustado en Reino Unido con mucha mayor rapidez que, por ejemplo, en España, por lo que el desplome inmobiliario ya se ha frenado y el paro ha subido apenas un 2,6%, situándose en el 8% de la población.

Para revertir esta situación, todos los partidos coinciden en que es necesario un retorno a la economía real, cuyo peso ha bajado a la mitad desde que Tatcher llegara la poder en 1979. El impuesto sobre la banca que propone Brown avanza en ese sentido, pero esta por ver cómo combina el nuevo Gobierno las necesidades de una economía que debe mantener el impulso frente a la crisis, reducir el déficit y modificar su modelo productivo, todo ello a un tiempo.