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El país del arco iris busca salir del blanco o negro

  • El Gobierno surafricano se prepara para mostrar la mejor imagen del país
  • El país tiene la mayor tasa de paro del mundo y persiste la desigualdad
  • Inmigrantes y los pobres viven ajenos a la fiebre 'arco iris'
  • Ver también: Especial Mundial 2010 | Todo sobre Sudáfrica y su Mundial

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Un seguidor sudafricano, con la cara pintada con las palabras 'Preparado para el Mundial'.
Un seguidor sudafricano, con la cara pintada con las palabras 'Preparado para el Mundial'.

Hay algo que lo que coinciden Jakob Zuma, el presidente de Suráfrica, y Thomas, uno de los cinco millones de inmigrantes africanos que se apilan en los suburbios de Johanesburgo y Ciudad del Cabo: tras el 'sueño' del mundial que comienza este viernes, las cosas serán diferentes en el país 'del arco iris'.

En eso, y solo en eso pueden coincidir, dado que ambos resumen las dos visiones opuestas que se solapan en un país lleno de contrastes: es uno de los lugares donde más se respetan los derechos humanos en África, con una de las constituciones más progresistas del mundo, y, sin embargo, la xenofobia -ya no solo de blancos contra negros; también de negros contra blancos y, como bien sabe Thomas, de negros contra negros- está más presente que nunca.

"Mis vecinos me han dicho: 'Después de la Copa del Mundo, estarás muerto. Vinistéis aquí y nos robásteis nuestros trabajos, nuestras mujeres y nuestras casas y no lo permitiremos nunca más", relata Thomas, que recuerda que se fue del vecino e impobrecido Zimbabue -como otros tres millones de compatriotas- porque tenía un problema similar: "No quería morir".

El drama de los inmigrantes

Es probable que los vecinos hablen en serio: un inmigrante de Zimbabue murió tras ser apedreado y golpeado con un martillo este año en un asentamiento al norte de Ciudad del Cabo.

El Consorcio de Refugiados e Inmigrantes de Sudáfrica, un grupo pro derechos humanos afiliado a Amnistía Internacional, ha registrado ya 18 eventos similares en lo que va de año. Hace dos años, una oleada de ataques xenófobos acabó con 62 muertos y dejó a más de 10.000 personas sin hogar.

Zuma y su gobierno se han comprometido a luchar contra este fenómeno, pero muchos inmigrantes como Thomas temen que cuando acabe el tremendo despliegue policial que hay en el país, con 40.000 agentes protegiendo los recintos de la Copa del Mundo y otros 150.000 atentos a cualquier incidente violento, los surafricanos pobres con los que compiten por el trabajo los conviertan en sus víctimas.

Aunque es la gran potencia del continente, Suráfrica tiene la tasa de desempleo más alta del mundo, con un 25%, que algunos elevan al 40%. Por razas, las cosas son muy distintas: apenas un 4% de los blancos están en paro; en los negros llega al 40%. 

La desigualdad persiste

Más aún, un estudio reciente de la Universidad de Suráfrica muestra que tres cuartas partes de los surafricanos están por debajo del umbral de la pobreza.

De ellos, de nuevo, una abrumadora mayoría son negros, que están viendo que las diferencias con los blancos, lejos de compensarse con las medidas tomadas por los sucesivos del Congreso Nacional Africano, aumentan.

Por eso, discursos como el del líder de la poderosa facción juvenil del partido, Julius Malema, entonando una vieja canción que invitaba a 'matar al boer' (el granjero blanco afrikaner) siguen teniendo su eco, más aún cuando se mezcla con el asesinato del líder racista blanco Terreblanche, a manos de sus trabajadores negros.

Este incidente, sucedido a apenas unas semanas del Mundial, hizo encender las luces de alarma en Pretoria, por lo que tuvo que intervenir el propio Zuma y pedir a Malema contención.

El problema es que hay datos que no se pueden contener. Los ingresos medios de los negros aumentaron un 37% desde la caída del apartheid; el de los blancos, un 83%.

Buena parte de la culpa de esta situación la tiene la propia incapacidad de los que gobiernan el país a poner coto a la desigualdad. Como resume Moeletsi Mbeki, hermano del ex presidente Thabo Mbeki: "Al contrario de lo que ocurre con las elites en Asia, nuestros líderes han copiado la mentalidad de explotación de sus antiguos opresores".

Así las cosas, es normal que entre la fiebre de las banderas y la popularidad del fútbol, muchos de los miembros de esa clase empobrecida se pregunte en voz alta cosas como esta:

"¿Por qué no cogen todo el dinero que han gastado en estadios y lo usan para construir casas, no las casas de muñecas en las que vivimos, sino casas de verdad?".

Desalojos cosméticos

Las palabras son de Margaret Bennet, una mujer de 45 años, ante un periodista del Washington Post. Bennet que vive con ocho parientes en una habitación.

Bennet, como Shirley Fisher y otras miles de personas han sido desalojada de un hostal que estaba cerca del estadio donde las superestrellas entrenaban en Ciudad del Cabo.

Todas han ido a parar a Blikkiesdorp, un asentamiento rodeado de una valla de hormigón, donde, según los activistas pro derechos humanos, no perturban la imagen que se quiere proyectar durante la Copa del Mundo.

La situación de estas personas ha empeorado en el último año, el primero en 17 en el que se contrajo la economía, la primera vez tras la caída del apartheid.

En este contexto, la Copa del Mundo no ha sido el reactivador económico que se esperaba -se estima que aumentará el crecimiento un 0,5%- ni va a atraer a tantos turistas como se esperaba -al final serán unos 200.000, no más de 400.000-, en parte por el temor a la inseguridad.

La media de asesinatos ha bajado desde 1994, pero se producen 50 asesinatos al día, 20 veces más que en países como Alemania. La Policía dice que los delitos sexuales han aumentado un 50% en 15 años. Cuatro de cada diez mujeres confiesan que su primera experiencia sexual fue una violación.

El Gobierno surafricano ha pedido a los extranjeros que sean cautelosos. Más explícito, el propio Zuma pedía en una plegaria a sus ciudadanos: "En este momento, necesitamos buenos surafricanos. Déjales, al menos por cuatro semanas, ser buenos. Solo por cuatro semanas".

Unidos por cuatro semanas

Por ahora, parace que le han hecho caso. Las banderas arcoiris de Sudáfrica ondean tantos en los ghetos negros como en los barrios ricos blancos. Los surafricanos aprenden el himno en lenguas oficiales que ni siquiera dominan y se apelotonan para conseguir entradas para los partidos del mundial.

"Es conmovedor ver a toda la nación unida", ha proclamado el líder surafricano, que insiste: "Tras la copa del mundo el país no será el mismo".

Pero, como se pregunta Thomas, ¿y después?. "Tras la fiesta, llegará la resaca. No podemos construir un sentimiento de unidad nacional sobre el fútbol, sobre todo en un país como el nuestro, en el que las desigualdades están calcadas a las razas", advierte Ashwin Desay, profesor de Sociología y autor de una obra sobre deporte y política, en declaraciones a AFP.

Y es que, después de todo, puede que Thomas y Zuma estén equivocados, como señala el grupo Ababhlali Mjondolo, que defienden a los habitantes de las chabolas de Ciudad del Cabo.

"La Copa del Mundo es para los ricos, no para los pobres. No cambiará nuestras condiciones de vida".