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"Si Mubarak no termina de irse, la gente lo destruirá todo"

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“Si Mubarak no termina de irse, la gente pude destruir todo lo que hay aquí”, proclama Yeza, un hombre de mediana edad que esconde su ira tras sus gafas de sol.

“¿Lo ves?, Mubarak mató a mucha gente, ¿por qué lo hizo?”, comenta mientras una peculiar procesión fúnebre con un ataúd de madera vacío y cubierto con una bandera de Egipto cruza el centro de la plaza Tahrir. Simboliza la muerte, a tiros, del periodista Ahmmed Mauhmud, la semana pasada.

El recuerdo de los mártires de la revolución es el cimiento que une a las miles de personas que van y vienen cada día y a las otras miles que acampan en el epicentro de las protestas.

Recuerdo constante a los mártires

“¡Mártir, mártir, mártir!” repiten los voluntarios que colocan a media mañana los carteles con fotos de los fallecidos en las protestas. Los visitantes capturan las imágenes con las cámaras de sus teléfonos móviles, que serán usadas otras muchas veces en la visita a este particular parque temático de la revolución del siglo XXI.

Tras los mártires, se colocan los puestos de comida y los vendedores de banderas y cintas con los símbolos de Egipto. Luego, en el interior de la plaza, un memorial a las víctimas con mensajes en árabe separados por piedras son de neuvo fotografiados por los egipcios. Las piedras dicen: “son en recuerdo de las únicas armas que pudieron usar el pasado miércoles para defenderse de los ataques de los partidarios de Muabarak".

Mubarak es, precisamente, el verdadero tótem que preside la protesta desde la giganteta pancarta que pide que se vaya hasta los monigotes colgados con sus caras en los extremos de la plaza.

Desde los altavoces, colocados al fondo, se escucha la voz de un preminente abogado que grita, una y otra vez, consignas contra el presidente. Un hombre de unos 50 años se pasea cubierto con una foto de Mubarak pintado como si fuera el diablo y con solo dos palabras escritas: “sin comentarios”.

La salida de Mubarak, básica

“Mubarak es un criminal. Es el demonio, todo el mundo le odia”, denuncia Yeza que, sin embargo, vería con buenos ojos que el vicepresidente Suleimán asumiera su cargo. “Si Suleimán es presidente toda la gente se iría de la plaza” vaticina en una afirmación que no suscribiría toda la gente que está a su alrededor. Por ejemplo, solo hay que caminar unos pasos para encontrar la opinión opuesta, normalmente defendida por los jóvenes: “No tengo nada contra Suleimán pero ahora no puede ser presidente. Tiene que irse todo el gobierno”, dice Hammed, un joven de 2d5 años que acude por primera vez a las protestas.

“Si Mubarak no se va primero no podemos negociar”, proclama un amigo suyo en una pancarta.

Pese a que Suleimán lleva desde hace casi una semana dirigiéndose a los jóvenes para que se marchen a casa porque considera que sus peticiones ya han sido atendidas, algo que en lo que coincide el ejército, Tahrir sigue latiendo como nunca, sobre todo a media tarde.

El pasado domingo la vuelta a la realidad con la apertura de bancos y comercios no hizo que menos gente acudiera al “domingo de los mártires", todo lo contrario, incluso hubo más que el pasado miércoles, según algunos asistentes.

“La gente que trabaja viene aquí todas las tardes”, comenta en español un chico que reconoce que más allá de la política, la plaza ha vuelto a convertirse en una fiesta.

Sobre el escenario, un grupo de jóvenes canta el himno egipcio. Mientras, un visitante despistado recibe una reprimenda: “Acaba de pisar, sin darse cuenta, el recibidor de esta revolución: un corazón pintado sobre el asfalto con piedras que dice: "Bienvenidos a la libertad”.