Los egipcios se acostumbran a vivir contra Mubarak ante la impotencia del régimen
- La sede del Parlamento se convierte en nuevo objetivo de los manifestantes
- Las protestas violentas se extienden por el país y muerte tres personas
- El Gobierno endurece el tono y habla de riesgo de golpe de Estado
- La rutina engulle a las protestas, que son parte ya de la vida de El Cairo
- Toda la información sobre las revueltas en Egipto en nuestro especial
Al atardecer en el Paseo del Nilo el Sol se pone sobre la Torre del Cairo, iluminando por última vez el edificio calcinado que hasta apenas unos días era la sede oficial del partido de Mubarak.
Junto a él, hay un anuncio con niños egipcios, en un contraste que miran ensimismados día tras día las miles de personas que emprenden camino al salir del trabajo rumbo a la Plaza de Tahrir.
Esta vez un hombre para el coche y se baja en plena calle para hacerle una foto, con un gesto de incredulidad. No es el primero que lo hace, pero tampoco será el último.
Ese edificio es la prueba palpable de que nada es igual en Egipto desde el pasado 25 de enero.
“Aún hay muchas cosas por hacer, tenemos que presionar y presionar para que todo cambie a mejor”, señalaba Tarik, un ingeniero que había acudido tras su jornada laboral a la protesta masiva del pasado martes, que el de la Ira que abrió las protestas hace dos semanas podría considerarse el de resurrección.
Resurrección porque, tras varios movimientos del nuevo Gobierno capitaneado por el vicepresidente Omar Suleimán para desactivar la protesta esta está más viva que nunca después de que la plaza estuviese llena hasta altas horas de la noche, superando incluso la afluencia de anteriores ocasiones.
El reto del Parlamento
En este contexto, los manifestantes han dado un paso más al concentrarse ante la sede del Parlamento para pedir su disolución inmediata al considerarlo ilegítimo, ya que las pasadas elecciones legislativas del mes de noviembre fueron fraudulentas según la mayoría de los observadores internacionales.
Con soldados desplegados en la puerta, los manifestantes han desplegado mantas para montar un campamento improvisado y han cambiado el nombre a la calle de calle de la Asamblea Popular a calle del Pueblo.
Esta protesta, unida a otras de corte sindical en museos y electricistas que han colapsado el tráfico de la capital esta mañana han supuesto la constatación de que las revueltas han llegado a Egipto para quedarse, abriendo una nueva etapa de desenlace imprevisible, sobre todo por la agria respuesta del Gobierno.
Advertencia del Gobierno
Tras la multitudinaria manifestación del martes, Suleimán advertía esa misma noche que la crisis debía terminar debido a que su Gobierno “no quería tratar con la sociedad egipcia con herramientas policiales".
En este sentido, ha advertido de que si el diálogo con los manifestantes fracasaba “un golpe militar podría ocurrir, lo que tendría consecuencias incalculables”.
La oposición ha reaccionado con enfado a estas palabras y teme que el Gobierno se enroque en su positura sin traer cambios significativos al país.
En la misma línea se ha situado Estados Unidos a través de su vicepresidente, Joe Biden, que ha pedido más reformas a Suleimán y le ha urgido a derogar la ley de emergencia y a frenar los ataques a la prensa extranjera.
Incidentes
La posición de Washington es, junto a la del ejército, clave para inclinar en uno u otro lado la balanza en la nueva etapa que se abre en la tercera semana de protestas, en la que la oposición y el Gobierno se encaminan a un nuevo enfrentamiento tras varias jornadas de tímidos guiños.
Los sucesos ocurridos en la ciudad de El Khargo, al sur del país, donde la Policía ha disparado contra los manifestantes y tres personas han sucumbido por las heridas causadas, no ayudan ni mucho menos a calmar los ánimos.
La masa encolerizada ha reaccionado prendiendo fuego a siete edificios oficiales, entre los que hay dos comisarías, un tribunal y la sede local del partido del presidente.
Mientras, en El Cairo sigue reinando una extraña normalidad tras reabrirse comercios y bancos, a lo que hoy se han unido las atracciones turísticas.
Sin embargo, más allá de las apariencias, lo que se oye y lo que se ve no deja lugar a dudas: los cláxones pitan por una manifestación que corta el tráfico en una de las principales arterias de la ciudad y en las paredes, junto a los retratos triunfales de Mubarak una pintada con las dos palabras que resumen tres semanas de revuelta: Queremos libertad.