Las revueltas árabes cambian de estación
- Seis meses después, las revueltas están estancadas o reprimidas
- La primavera de Túnez y Egipto se ha vuelto sangrienta en Siria y Yemen
- Las monarquías árabes buscan un frío invierno en el que 'congelar' las revueltas
- La guerra en Libia refleja la tercera estación: el hastío otoñal del estancamiento
Somos el pueblo que matará a la humillación y asesinará a la miseria / ¿No escucháis sus gritos? ¿No escucháis sus gritos?
Este poema leído por una joven de 20 años Ayat al-Qormozi el pasado mes de febrero en la plaza de la Perla de Manama en Baréin simbolizaba las ilusiones de la juventud de su país y de otros vecinos como Yemen, Siria o Libia, que tras la caída de los regímenes de Egipto y Túnez vieron en la conocida como ‘primavera árabe’ una oleada inevitable de democracia.
Cuatro meses después, el destino de Qormozi y de su país ponen en evidencia que, lejos de ser así, las revueltas árabes pasan ahora por distintas ‘estaciones’ que poco o nada tienen que ver con la primavera.
Convertida en una de las mártires de la revolución de su país, Qormozi se entregó a finales de marzo después de que las autoridades acosasen a su familia y amenazasen con detener a sus hermanos, según ha denunciado Amnistía Internacional.
Ahora ha sido condenada a un año de cárcel simplemente por recitar un poema que ha ofendido a su rey.
Esa semana de marzo
Antes, el régimen de Baréin se había quitado la máscara reformista tras imponer el toque de queda el 15 de marzo, permitir la entrada de soldados de Arabia Saudí para ‘mantener el orden’ y destruir el símbolo mismo de la protesta, la plaza de la Perla.
Esa misma semana ocurrirían otros hechos fundamentales para entender la posterior deriva del fenómeno.
El 16 de marzo las fuerzas de seguridad siria detienen a 30 personas en una protesta en la plaza Marjeh de Damasco.
Al día siguiente, la ONU da luz verde a los bombardeos sobre Libia para defender a la población civil.
24 horas después fuerzas leales al presidente de Yemen matan a decenas de manifestantes prodemocráticos en el incidente más sangriento desde el inicio de las protestas, lo que lleva al presidente, Alí Abdalá Salé a decretar también el estado de emergencia.
El resultado de esa cadena de acontecimientos, visto con perspectiva, es para el director del prestigioso Doha Center de la Brookings Institution Shadi Hamid que la 'primavera árabe' "está acabada".
"La expresión 'primavera árabe' se supone que sugiere cierto tipo de movimiento, de cambio, de democratización, gente disfrutando de más libertades, pero nada de eso ha sucedido", defiende ahora el experto, que considera que el nuevo paradigma en Oriente Medio es "el uso excesivo de la fuerza y hacerlo de forma constante".
El verano sangriento de Siria y Yemen
El pasado 19 de mayo el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, decía lo siguiente sobre las ansias de cambio en Oriente Medio:
"Por supuesto, los cambios de esta magnitud no llegan fácilmente. En nuestros días y en nuestra época la gente espera que la transformación de toda una región se resuelva en cuestión de semanas pero pasarán años hasta que la historia llegue a su término. En el camino, habrá días buenos y días malos".
El problema es que en países como Siria desde que estallaron las protestas casi todos los días han sido malos.
Según las organizaciones proderechos humanos sirias el balance de fallecidos por la violenta represión del régimen supera con creces las 1.000 personas, sin que el régimen dirigido formalmente por Bachar el Asad -y quizá de facto por su hermano Maher, que está al frente del ejército- haya dado muestras de abandonar su política de represión.
La chispa prendió por la detención de unos adolescentes que pintaban unos graffitis contra el Gobierno en la ciudad de Deráa, al sur del país, pero poco a poco se ha ido extendiendo a otras ciudades muy diferentes entre ellas, como la costera Latakia, la islamista Hama, las ciudades kurdas del noroeste y, finalmente, la localidad empobrecida y norteña Ysr al-Shugur.
Allí la supuesta muerte de 120 policías y agentes de seguridad y la posterior intervención del ejército, que ha llevado a un éxodo de más de 7.000 personas a la frontera turca por temor a represalias ha desatado el temor a una guerra civil que hasta hacía unas semanas parecía una idea fuera de la realidad.
Por el camino han quedado las promesas de reformas, que van desde el levantamiento del draconiano estado de emergencia que rige en el país, la amnistía a todos los presos y la conformación de un panel que estudie la formación de partidos políticos.
A nivel internacional, Estados Unidos y las potencias europeas han impulsado sanciones contra el presidente sirio y su régimen y pretenden que se apruebe una condena en el Consejo de Seguridad de la ONU, pero el veto de Rusia sigue en pie como reflejo de los diferentes criterios en defensa de los derechos humanos de las principales potencias internacionales.
La otra cara del verano sangriento es Yemen, donde las sucesivas promesas incumplidas del presidente Salé han desembocado con un enfrentamiento tribal en las calles de la capital del país, Saná -convertida en una especie de moderno Berlín dividido en dos- que han dejado centenares de muertos en las últimas semanas.
En la sureña ciudad de Taiz los rebeldes aseguran haber tomado el control mientras siguen los bombardeos de las fuerzas progubernamentales mientras que en Zinjibar, otra ciudad del sur, habrían fallecido al menos 140 personas en las últimas dos semanas en enfrentamientos entre supuestos milicianos de Al Qaeda y el ejército.
Frente a la condena occidental de Siria, la posición acerca de Yemen solo ha variado cuando tanto Estados Unidos como los países del golfo (que han impulsado un acuerdo de paz que Salé ha dicho querer firmar en varias ocasiones, para volverse luego atrás) han visto claramente al líder yemení más un problema que una solución.
El ataque contra su palacio presidencial y su huida a Arabia Saudí para ser tratado de heridas graves han abierto la posibilidad de una negociación entre sus partidarios y la oposición, aunque por ahora el vicepresidente se niega a asumir todos los poderes e insiste en su retorno.
El frío invierno del golfo
Ambos casos son lo que el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Kuwait, Abdulá Al Shayji llama "el paradigma de cambio sangriento".
Este experto señala en gulfnews.com que, al mismo tiempo que existe el riesgo de una deriva sangrienta, el otro extremo, el del frío olvido de las revueltas también está presente.
Aunque los países del golfo se han erigido en negociadores estrella de la salida de Salé, el papel de esta organización en el futuro de las revueltas está poco o nada claro.
En un movimiento que cogió a muchos por sorpresa, la organización de países del golfo -el paraguas regional de las monarquías arabes conservadoras lideradas por Arabia Saudí- ofrecían entrar en su club a Jordania y a Marruecos.
Las monarquías del golfo ricas en petróleo ofrecen a sus monarcas vecinos apoyo económico para mejorar su imagen ante su población y, a cambio, quieren constituirse en un club de países diferenciado de repúblicas presidencialistas como las de Túnez, Egipto, Libia, Siria o Yemen.
En realidad, el refuerzo de esta organización para muchos expertos no es otra cosa que el reflejo del malestar de Arabuia Saudí, aliado tradicional de Estados Unidos en la región, ante la posición de Washington en la caída de aliados tradicionales como el egipcio Mubarak o el propio Salé.
"Hoy Riad y Washington ven la región en términos que no pueden ser más opuestos. La primavera árabe que ha generado esperanzas en Occidentes es vista por Arabia Saudí como una amenaza existencial", concluía en un artículo reciente en el New York Times Ray Takeyh, experto del Council of Foregn Relations.
En este contexto, lo ocurrido en Baréin es un buen ejemplo de hasta dónde llega el compromiso democrático de los países del golfo cuando están en juego sus propios intereses.
Según Amnistía Internacional, desde la implantación del toque de queda y la entrada de las tropas saudíes, al menos 500 personas han sido detenidas y otras 2.000 han sufrido represalias.
El resultado es que, pese a que unos pocos se han arriesgado a salir a la calle pese al estado de sitio y después de haber sido levantado, el movimiento de protesta en el pequeño emirato ha quedado reducido a la mínima expresión tras las masivas manifestaciones de febrero.
El otoño estancado de Libia
También a mediados de febrero estallaba la rebelión en Libia, que pronto se convertiría en una guerra civil después de que los rebeldes se hiciesen con el control de la región de la Cirenaica, al este de país y tradicionalmente opuesta al régimen.
La resolución de la ONU un mes después y el inicio de los bombardeos para proteger a la población civil hizo augurar a algunos de los impulsores de la operación Protector Unificado un final rápido del régimen de Gadafi pero por ahora nada más lejos de la realidad.
Aunque la zona de exclusión aérea impulsada por británicos y franceses con el apoyo de barcos estadounidenses acabó pronto con el cerco a Bengasi, el bastión rebelde de Misrata al oeste del país sufrió un acoso de los progadafi que los ataques de la OTAN fueron incapaces de frenar durante 40 días.
Cuando están a punto de cumplirse tres meses del comienzo de los ataques, la Alianza Atlántica ha intensificado sus bombardeos sobre Trípoli consciente de que su operación, que ha prorrogado otros tres meses, no finalizará hasta que el líder libio se vaya.
Mientras, hay imágenes que, como la de la poeta de Baréin, resumen la realidad sin apenas quererlo. La última, la de Gadafi jugando al ajedrez con el presidente de la federación internacional en una secuencia difundida por la televisión estatal. La partida terminó, como no podía ser de otra manera, en tablas.