El régimen sirio se mantiene en pie a sangre y fuego tras un año de revuelta
- Deráa, comienzo de la revuelta, se encuentra ahora bajo el asedio de Asad
- El régimen se lanza contra los focos rebeldes ante su superiodiad militar
- La misión de Kofi Annan, única y débil esperanza diplomática que queda
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Hace un año, inspirados con las revueltas que habían acabado con el régimen de Ben Alí en Túnez y el de Hosni Mubarak en Egipto, quince adolescentes salieron a la calle en la ciudad de Deráa e hicieron una pintada contra el régimen de Bashar el Asad: El pueblo quiere que el régimen caiga.
Su atrevimiento lo pagaron caro y el régimen, demasiado seguro de que el 'virus' de la revuelta no se extendería dentro de sus fronteras, los detuvo, provocando la indignación de sus familias, que salieron a la calle. Las protestas fueron reprimidas a sangre y fuego, al igual que los funerales, las nuevas protestas y así en un círculo visioso que ha dejado más de 7.500 civiles fallecidos por el camino.
Desde aquel 15 de marzo, y pese al aliciente del final de otras dos dictaduras, la libia de Muamar el Gadafi y la yemení de Alí Abdulá Saleh, la oposición siria aún no ha alcanzado su objetivo y el conflicto se ha tornado en una guerra civil con un Asad que, pese a un claro aislamiento internacional (incluyendo el de países árabes, hasta ahora fieles aliados), hace caso omiso de toda crítica o sanción y se aferra al poder.
Se le suma el hecho, además, de ser un país fuertemente marcado por la división religiosa existente, con una minoría en el poder, la alauí, frente a la gran mayoría siria, suní. Esto no hace sino complicar más aún los riesgos a los que se enfrenta el país, tanto a día de hoy como en un eventual futuro sin Asad.
Los orígenes de la revuelta como tal van más allá del pasado marzo de 2011. En concreto, seis años atrás cuando se firma la “Declaración de Damasco” en la que diversos grupos hacen un llamamiento por una “reforma pacífica y gradual” de lo que se definía como un “régimen autoritario y totalitario”, haciendo referencia a la familia de Asad, que ostenta el poder desde hace más de 40 años.
Este texto se firma con el objetivo de que no caigan en el olvido la represión que Siria ya vivió con Hafez Asad, padre del actual presidente, y que dejó capítulos tan oscuros como el del año 1982 en Hama, donde Hafed envió a sus tropas para aplastar una revuelta islamista. Murieron 30.000 personas.
Su recuerdo forma parte de la oposición siria que, tomando como base la “Declaración de Damasco”, ha evolucionado y tomado forma a través de Internet en el mes de febrero en sitios como CyberDissidents.org, para, finalmente, salir a las calles hace doce meses pidiendo más libertad.
La tímida apertura
Solo ocho días después del estallido de las protestas, el régimen de Asad anunciaba que pretendía llevar a cabo las mayores reformas en décadas para satisfacer las “legítimas” demandas del pueblo. Se refiere a levantar la ley de emergencia (en vigor desde 1963 y por la que se respaldan las detenciones arbitrarias), subir el salario a los funcionarios, más sanidad, fomentar el control al gobierno y un comité que analice la situación en Deraa, epicentro en aquel momento de las protestas.
Pero el principal movimiento aperturista ha sido la aprobación de una constitución el que se desaparece la primacía del Partido Baaz, que fue votada en referéndum mientras el ejército aplastaba el barrio de Baba Amro, en Homs.
A la previsible aprobación de esta carta magna, rechazada por la oposición y la comunidad internacional, ha seguido la convocatoria de unas elecciones legislativas para el mes de mayo, calificadas como "ridículas" por Estados Unidos.
Asad, que con la nueva constitución podrá estar en el poder hasta 2028, no considera que su pueblo se revele contra él sino que se suma a la teoría de otros exlíderes del complot y del terrorismo como mecha de las revueltas que han puesto en jaque su imperio.
Por eso y mientras prosigue formalmente el diálogo con los enviados internacionales con el objetivo de establecer una hoja de ruta de transición, el ejército aplasta los bastiones rebeldes a sangre y fuego, dejando decenas de muertos cada día y decenas de miles de desplazados.
Una comunidad internacional dividida
En el momento en el que se comenzó a ver la virulencia con la que el régimen reprimía toda protesta, comenzaron a alzarse varias voces aunque no de forma unánime. Coincidía con un momento la prioridad era el conflicto libio en el que, tras aprobarse la zona de exclusión aérea se dio luz verde a una intervención internacional.
Entonces, la comunidad internacional dejó claro que Siria no iba a ser Libia. Se descartaba otra intervención y las primeras medidas pasaban por sanciones. La versión oficial con la que se justificaba esta postura es clara: no hay capacidad para una nueva operación militar tras la tan reciente llevada a cabo en territorio libio.
Estados Unidos, Francia y Alemania encabezaron la lista de países que antes tomaron la iniciativa contra el régimen de Asad. La primera ronda de sanciones se impuso en mayo primero de la mano del Tesoro estadounidense y, más tarde, de la mano de la Unión Europea.
Sin embargo, estas iniciativas chocaron una y otra vez en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde China y Rusia hicieron uso de su derecho al veto, lo que impidió toda condena contra el régimen de Damasco.
Un foro internacional que sí ha tomado partido ha sido el de la Liga Árabe. Su voto a favor de establecer una zona de exclusión aérea en el espacio libio ya fue un punto de inflexión y más lo ha sido cómo ha ido incrementando su presión contra Asad.
Primero, y tras su persistente uso de la violencia, optando por la inédita medida de suspender a Siria como miembro. De los 22 miembros, 18 votaron a favor, con la excepción de Irak, Yemen, Líbano y Argelia.
Despúes, y con el fracaso del envío de observadores para comprobar la aplicación de una hoja de ruta aceptada formalmente por Damasco, lanzó un nuevo plan de transición que incluía la dimisión de Asad.
La principal esperanza internacional en este momento se encuentra en el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, enviado especial de la organización y de la Liga Árabe para el conflicto, cuyas propuestas siguen pendientes de una aceptación real por parte del régimen.
El fantasma étnico
Pero en el interior de Siria a la represión del régimen se suma una guerra civil con el peligro de que cobre tintes étnicos y religiosos que complican un futuro inmediato.
El origen de esta división interna se remonta a la desparición del Imperio Otomano, cuando Siria queda bajo dominio francés. En ese momento la administración colonial encuentra un relativo apoyo en la minoría alauí, que suponen alrededor del 10%, frente a la mayoría, los suníes, que se oponen a una dirección extranjera.
A partir de ese momento la diferenciación es clara y, además, se une el factor étnico a la posición social ya que alauí irá ligado de ahora en adelante a la élite siria.
El hecho de que las distintas etnias estén vinculadas a una clase social incrementa el riesgo de guerra civil. Siria no es como Egipto, donde el Ejército fue un factor clave en el final de Mubarak.
En este caso la mayoría de las fuerzas armadas son alauitas, por lo que ellos mismos luchan para mantener su poder y privilegios. Aunque si bien es cierto que ha habido casos de deserciones, el mando militar sigue manteniéndose sólido.
De ahí la complejidad que caracteriza el conflicto interno en Siria que además de cara a un futuro ya sin Asad deja en el aire cómo superarán ambas etnias sus diferencias una vez superado el objetivo que puden tener en común: la derrota del régimen.
La fragmentación de la oposición no ayuda a solucionar el conflicto. El Consejo Nacional Sirio (CNS) en el exterior no está coordinado con los rebeldes desertores del Ejército Libre Sirio (ELS) y menos aún con los Comités de Coordinación Local, que gestionan la resistencia en las ciudades contra el régimen.
Salida incierta
Los países occidentales y árabes se reunieron en Túnez para darle una plataforma al CNS como interlocutor internacional del pueblo sirio, pero la iniciativa, con la ausencia de Rusia y China, se quedó corta a la hora de dar un apoyo explícito a la lucha armada de los rebeldes contra Asad.
El resultado es que, pese a las buenas palabras y a la probable entrada de armas de contrabando por las fronteras con apoyo de las potencias árabes, los rebeldes han carecido del potencial militar necesario para hacer frente a la artillería pesada del régimen sirio.
Tras un mes de asedio, el corazón de la revuelta, el barrio rebelde de Homs Baba Amro, caía mientras esperaba que la magnitud de los bombardeos y el asedio hiciese despertar a la comunidad internacional, tal y como hizo con la ciudad libia de Misrata.
Finalmente no ocurrió y la movilización se centró en la evacuación de los periodistas heridos de gravedad y atrapados en el centro de prensa de la ciudad.
Envalentonado por la división de la oposición y la lentitud de los tiempos a nivel internacional, las tropas de Asad han echado el resto para sofocar los últimos focos de residencia.
La ciudad de Idleb, en el norte, ha caído tras apenas unos días de asedio. Mientras, los tanques apuntan a Deráa, donde las fuerzas de Al Asad superan en número y en armamento a los rebeldes que ven cómo doce meses después la caída del régimen sigue siendo un deseo pintado en una pared.