El último paso antes de llegar a Estados Unidos es un país atravesado por la violencia. El sur de México es hoy escenario de una guerra entre cárteles de la droga, en la que los migrantes sufren secuestros y extorsiones nada más llegar al país.
México, el último paso antes de llegar a los EE.UU. para miles de inmigrantes, es un país atravesado por la violencia. Las personas que permanecen en Chiapas, al sur del país, sufren secuestros y todo tipo de violencia a la espera de poder seguir su ruta hacia el norte (Imagen: Juan Carlos Tomassi / Sara de la Rubia).
Una vez que consiguen cruzar el río Suchiate, frontera natural entre Guatemala y México, el primer municipio que se encuentran los migrantes es Ciudad Hidalgo. Muchos se quedan ahí para organizar una caravana lo bastante numerosa como para poder moverse con relativa seguridad por el país, y otros se quedan para tratar de reunir dinero, ya que son muchos los que sufren atracos durante su travesía que les dejan sin recursos para continuar rumbo al norte.
La ruta migratoria por América es la mayor del mundo. Cientos de miles de personas recorren cada año recorren el continente para huir de la violencia o de la pobreza. Los que vienen desde Sudamérica tienen que atravesar la selva del Darién, entre Colombia y Panamá. Es uno los lugares más peligrosos de esta ruta. A lo largo de este periplo, las personas migrantes sufren todo tipo de violencia (Imagen: Juan Carlos Tomassi / Sara de la Rubia).
El río Suchiate es la frontera natural entre Guatemala y México, el último paso de un recorrido que lleva a los miles de migrantes que atraviesan América Latina rumbo a Estados Unidos o Canadá, de una ruta que muchas veces empezó hace miles de kilómetros. Cientos de familias cruzan de forma irregular, pagando dinero en ambas orillas para iniciar una nueva etapa de su camino en México.
Las mujeres que encontraron asilo en España huyendo del régimen talibán encuentran barreras para su integración, pero se enfrentan a ellas con resiliencia. En este reportaje, Objetivo Igualdad habla con la presidenta de la Asociación de Mujeres Afganas en España y con otras refugiadas sobre su experiencia y cómo ayudan a las mujeres que siguen dentro de Afganistán.
Nina Simone fue, desde siempre, una mujer de lucha. Sus dedos sobre las teclas del piano no solo esculpían melodías, sino que también cincelaban un mensaje de resistencia, de furia y de justicia. La voz de Nina resonaba como un trueno en las noches cargadas de segregación racial en los Estados Unidos. No era solo una cantante excepcional, ni una compositora magnífica, ni la pianista prodigiosa que dominaba el jazz, el blues, el rhythm and blues y el soul como si en su interior latiera el alma de todos esos géneros juntos. No. Nina fue mucho más que eso. La historia de Nina comienza en una iglesia, como la de muchos artistas afroamericanos. Allí, donde las almas buscaban consuelo, ella se acercaba por primera vez al piano, tocando con apenas cuatro años y debutando en público a los diez. Pero ese primer concierto en la iglesia no fue un momento de gloria, sino el primer golpe de una vida marcada por la lucha. Los padres de Nina, ansiosos por escuchar a su hija, se sentaron en la primera fila, orgullosos, con los corazones llenos. Pero no duró mucho. Alguien, desde el fondo de la sala, decidió que aquellos asientos estaban reservados para los blancos, y les ordenaron moverse. Sin embargo, Nina, apenas una niña, se negó a tocar. Se negó a seguir acariciando las teclas hasta que sus padres volviesen a ocupar el lugar que les pertenecía. Y lo consiguió. Esa fue la primera de muchas batallas en las que Nina levantó la voz, el puño, la dignidad. Nina una Diosa y una rebelde.
Así suena Radio Mulher, en femenino en la ciudad de Bafatá en Guinea Bissau. Un proyecto de cooperación que nace de la mano de periodistas comprometidos en Sevilla y que ha supuesto una revolución de mentalidad para las mujeres. Porque la radio es un medio que va más allá de sus ondas, cambia y abre la mente en sociedades dónde la igualdad y los derechos humanos no son una realidad.
Un tribunal ruso ha condenado a ocho años de cárcel a una enfermera acusada de difundir noticias falsas sobre el Ejército ruso en dos mensajes que publicó en las redes sociales. Olga, de 60 años, niega haber publicado en VKontakte mensajes pacifistas criticando el bombardeo ruso en Vinnitsia y la ocupación de Bucha. Asimismo, cree que este proceso es por un conflicto por su trabajo y sus frecuentes visitas a la tumba del opositor ruso Alekséi Navalni. Se enfrenta a ocho años de cárcel.
También destaca el caso de una pediatra rusa, que también se enfrenta a hasta 10 años en prisión. La madre de uno de sus pacientes, mujer de un soldado muerto en Ucrania, la denunció por, según ella, decirle en la consulta que los militares rusos eran objetivos legítimos. Al poco de empezar la invasión de Ucrania, la Duma, el parlamento ruso, aprobó leyes muy duras que hacen muy peligroso criticar la guerra o al ejército. Los castigos van desde multas a hasta 15 años de cárcel.