El tragaluz, de Antonio Buero Vallejo
El 7 octubre de 1967, hace solamente una semana que Antonio Buero Vallejo ha cumplido 51 años. Se trata de una edad que sirve de frontera, y quizá una manera de calibrar la vida. Es un autor teatral consagrado desde que, en 1949, estrenó Historia de una escalera. Después han venido obras tan importantes como En la ardiente oscuridad (1950), Un soñador para un pueblo (1958) o Las Meninas (1960), entre una producción bastante amplia, prácticamente a un ritmo de uno, y a veces dos, estrenos teatrales por año. Pero el 7 de octubre de 1967, cuando hace siete días que Antonio Buero Vallejo ha rebasado el medio siglo de vida, resultará una fecha fundamental para su teatro: porque es la fecha del estreno de El tragaluz en el Teatro Bellas Artes de Madrid. Hablamos de un éxito rotundo que sorprenderá a su autor: porque, solamente en la capital de España, superará las quinientas representaciones. Hablamos de una obra clave de Buero Vallejo, en la que el elemento simbólico del tratamiento del espacio -lo que, de alguna forma, hermana o relaciona esta obra con Historia de una escalera-, ese tragaluz de un semisótano por el que entra la luz, sí, pero tan limitadamente como puede hacerlo a través de un ventanuco que da al pavimento de la calle, ese tragaluz desde el que se ve la vida ajena, con los pasos de los desconocidos que sí andan por la vida completa, plena y al aire libre, es un hallazgo escénico que marca el desarrollo dramático de esta obra de Buero Vallejo, manteniendo todo su basamento existencial, pero adentrándose, ahora, en una ética social