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La imagen de un hombre que escucha música entre los escombros de su dormitorio en el antiguo bastión rebelde de al-Shaar, en Alepo, tomada por el fotoperiodista Joseph Eid, de la agencia AFP, se ha hecho famosa por su difusión en redes sociales y se ha convertido en un símbolo de un lugar sin armonía desde hace demasiado tiempo. Su protagonista, Mohamed Mohiedine, un septuagenario sirio, está sentado fumando en pipa, escuchando la música que sale de un tocadiscos que es una de las pocas cosas que se mantienen en pie. Gira el disco y probabemente la música se convierta en una forma de evadirse a otro lugar o a otro tiempo. No sabemos qué suena, aunque Mohamed preferirá permanecer ahí, sobre esa cama a asomarse por la ventana y observar el paisaje de su ciudad, Alepo. Ver como su barrio ya no es su barrio, si no montañas de escombros apocalíticas como muestran las fotos de Eid. No queda nada de lo que fue. La ciudad partida por la mitad y por el alma, es una nube de polvo con los edificios desnudos dejando al aire lo que un día fueron hogares.

Malula, una población siria cuya mayoría cristiana convivió en paz con los vecinos musulmanes. Esto fue hasta 2013, cuando fue asaltada por los rebeldes. Ahora queda menos de un tercio de su población. En los edificios son visibles las heridas de la guerra. De los 200.000 turistas que visitaban anualmente el lugar, ni rastro. Un equipo de TVE ha comprobado cómo el conflicto ha alterado la convivencia entre comunidades religiosas en lo que hasta hace unos años eran localidades pacíficas.

Cerca de 3.000 personas murieron en febrero en la guerra de Siria, a pesar del alto el fuego en vigor. Son datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos.