Enlaces accesibilidad

Hambre, peleas y...¿canibalismo?, el lado oscuro de la mina

  • Los mineros pactaron no contar los detalles más escabrosos de su convivencia
  • También acordaron repartir a partes iguales los beneficios de sus historias
  • Los primeros 17 días vivieron en condiciones infrahumanas
  • Solo a partir de que fueron localizados hicieron chistes sobre el canibalismo

Por
70 días a 700 metros bajo tierra pero un sólo día en el hospital

Viviendo casi oscuras, esperando a la muerte, en un ambiente de depresión que a algunos les hacía ni moverse de la cama, comiendo apenas media cucharada de atún al día...y con discusiones y divisiones entre ellos, que a veces llegaban a la intimidación física.

La otra historia de la mina San José, la de los primeros 17 días en los que los 33 estuvieron incomunicados, resignados a morir atrapados, ha empezado a aflorar en los primeros testimonios a los medios de comunicación, quebrando en parte la premisa que uno de ellos, Darío Segovia, ha repetido al ser preguntado por las peleas silenciadas por las fuentes oficiales: "Lo que pasó en la mina, se queda en la mina".

Esta frase se refiere especialmente a los primeros días, esos malditos 17 primeros días en los que la esperanza de seguir viviendo languidecía poco a poco, como sus cuerpos, como su comida.

Cuando pudieron transmitir su famoso mensaje de "Estamos vivos los 33", entre la euforia de una vuelta inesperada a la vida, todos llegaron a un "pacto de sangre" por el cual no revelarían los detalles más escabrosos de su superviviencia en la mina.

Postrado en su cama en el hospital, con sus gafas de sol y los brazos cruzados sobre el pecho, Luis Urzúa, el jefe de turno, el encargado de poner orden, relata así los primeros momentos tras el derrume, a la hora del almuerzo del 5 de agosto.

Entre las nubes de polvo que les limitaba la visibilidad a menos de un metro, los hombres enviados a investigar para crear una rampa chocaron.

"Intentábamos saber lo que podíamos hacer y lo que no", recuerda Urzúa en declaraciones al rotativo británico The Guardian.

"Luego nos pusimos a pensar en la comida", prosigue. Las reservas de comida daban para apenas media cucharada de atún y salmón, según las reservas que tenían en el taller.

Condiciones inhumanas

"Hablamos de esto en la primera reunión que tuvimos cuando nos quedamos atrapados. Todos estuvimos de acuerdo en que compartiríamos toda la comida que había allí. Tenías que ser duro. Cada 24 horas comer una pequeña porción de atún.  Nada más", recuerda Richard Villaroel, otro de los atrapados, un mecánico de 23 años que perdió la fe de ver el nacimiento de su hijo.

El resultado es que sus cuerpos se marchitaban poco a poco. Villaroel perdió 12 kilos.

"Nos estábamos consumiendo mientras trabajábamos. Nos movíamos pero no comíamos bien. Empezamos a consumirnos a nosotros mismos y estar más y más flacos. Esto se llama canibalismo, dijo uno de los que estaba allí. Mi cuerpo se estaba consumiendo a sí mismo", relata el minero al mismo rotativo británico.

El fantasma del otro canibalismo, del de verdad, rondaba en el ambiente, pero esos 17 días nadie lo dijo. "En ese momento nadie habló de ello pero una vez llegó la ayuda se convirtió en un tema de chiste, aunque solo una vez que se acabó. que nos encontraron", precisa.

Además de la escasa comida, los mineros tenían que beber agua contaminada, la única que había.

"Tenía mal sabor, con cantidad de gasolina de las máquinas, pero tenías que beberla", añade.

En esa situación el papel de Urzúa, que trataba de imponer una aceptación filosófica de su destino, era tan difícil como necesario.

"Cada día nos decía que teníamos que ser fuertes. Si ellos nos encuentran, nos encuentran, si no, es lo que hay.  Porque las sondas estaban tan lejos que no teníamos esperanza. La fortaleza venía ella sola. Nunca había rezado antes, pero aprendía a rezar para acercarme a Dios", dice Villaroel.

"Todo se votaba... Éramos 33 hombres, así que 16 más uno era la mayoría", relata sin dar más detalles Urzúa desde el hospital. "Solo tenías que contar la verdad y confiar en la democracia", añade.

Peleas

Villaroel entra en más detalles y apunta a que los hombres estaban divididos en grupos de trabajo. "Nosotros los mecánicos éramos uno de los grupos, nos ecnargábamos de los camiones. Otros organizaban la comida, la racionaban", recuerda.

Los rumores sobre las divisiones dentro del grupo se dispararon tras mostrarse el vídeo en el que aparecían todos, donde cinco de ellos se negaron a posar y enviaron de vuelta las cámaras que les facilitaron.

Uno de ellos fue el propio Villaroel, cuyo padre relataba que al minero no le gustaba la forma en la que se mostraban sus compañeros.

Otro minero, Osmán Araya, le contó a su hermano Rodrigo que se habían formado tres grupos y que había peleas sobre el espacio y las prácticas laborales.

Daniel Sanderson, un minero a la superficie, asegura que recibió una carta de uno de los atrapados que describía los desacuerdos entre ellos, que escalaron hasta las confrontaciones físicas.

"Se dividieron en tres grupos porque estaban peleados. Se produjeron las primeras peleas", asegura Sanderson, que acabó su turno de noche y dejó la mina solo unas horas antes del derrumbe.

El pacto

Preguntado sobre la naturaleza de los conflictos, responde: "Eso es parte del pacto". ¿Y cuál es el pacto? Además de no revelar lo ocurrido en la mina, está la segunda parte, la más difícil de cumplir: compartir de forma equitativa los beneficios sobre las entrevistas, los derechos de autor de los libros y las películas que se harán, así como los regalos que les vendrán.

Al parecer, podrían haber acordado firmar un contrato legal con esa promesa, algo que generará tensiones dado que es muy probable que unos ganen más que otros y que los que más ganen sufrirán presiones de sus familias para ir por libre.

Mientras, los tres primeros mineros ya han salido del hospital y se espera que el resto lo haga este viernes tras pasar allí las 48 horas establecida inicialmente.

"Esto es realmente increíble",  apuntaba Juan Illanes, uno de los primeros en salir, que admite que en esos 17 días llegó "al límite".

"Pasamos un tiempo realmente malo", ha asegurado por su parte Edison Peña, otro de los primeros en salir.

Ambos han sido recibidos con champán y confetti y empiezan a cobrar consciencia de su nuevo estatus: son los héroes de Chile. Queda por saber si su comportamiento a partir de ahora será igualmente heroico o si los pactos -y no las historias- los que se quedan en la mina.