Fue reina después de muerta
María de Padilla, nacida en 1334 en Palencia, es una de las figuras femeninas más fascinantes del medievo español. Proveniente de la baja nobleza, destacó desde joven por su educación y aguda inteligencia, cualidades poco comunes en una época donde las mujeres eran relegadas a roles secundarios. Su destino cambió radicalmente al cruzarse con Pedro I de Castilla, conocido como Pedro el Cruel, quien quedó cautivado no solo por su belleza, sino también por su capacidad para comprender las complejidades del poder.
Aunque Pedro estaba obligado por la política a casarse con Blanca de Borbón, fue María quien se ganó su confianza y su corazón. Más allá de su relación amorosa, María se convirtió en una estratega clave en una corte marcada por tensiones internas y pugnas dinásticas. Su habilidad para influir en decisiones diplomáticas, mediar en conflictos y asegurar el reconocimiento de sus hijos como legítimos subraya su impacto en el gobierno del reino. Este poder, sin embargo, la convirtió en blanco de conspiraciones y críticas, especialmente por parte de la nobleza y la iglesia.
El papel de María no se limitó a la política; también fue una madre dedicada, preocupada por la educación y el futuro de sus hijos. A pesar de los constantes desafíos, supo protegerlos y garantizar su lugar en la historia. Su influencia en el rey fue tan profunda que, tras su muerte en 1361, Pedro I proclamó su relación como un matrimonio legítimo, otorgando un estatus oficial a sus descendientes. Este acto, más que un gesto romántico, fue una declaración política que reafirmaba su lugar en la corte y en la historia. María de Padilla, una mujer, una diosa y una rebelde.