Viena, escenario de una 'guerra' que ya te deja frío
- El intercambio de espías rusos y de la CIA, último capítulo de una larga historia
- La ciudad se convirtió en un hervidero de agentes tras II Guerra Mundial
- El desenlance del caso marca la decadencia de este tipo de prácticas
"He hecho cosas que me habrían parecido impensables antes de la Guerra". Con estas palabras bajo las sombras de Viena, Orson Welles resumía ante Joseph Cotten la nueva realidad que se abría paso tras la II Guerra Mundial.
Eran otros tiempos, claro: 1948, la apoteosis del cine negro, la adapción de la novela El tercer hombre, de Graham Greene. Viena estaba dividida en cuatro partes y agentes de la CIA, de la KGB y los dobles agentes proliferaban enfundados en gabardinas emergiendo de callejones oscursos.
Más de 70 años después, la tranquila y sobria Viena, el escenario del clasicismo musical y del antiguo imperio austro-húngaro, sigue siendo un lugar de encuentro de espías, pero de muy distinto signo.
Lejos de la magia de Welles, los nuevos espías se ven de lejos entrar y salir de aviones que podrían estar en Viena como de cualquier otro sitio -¿les queda al Kremlin y a la Casa Blanca un cierto toque sentimental?- y que, eso sí, vuelven a las sombras tras ser expuesta sus vidas a la opinión pública durante semanas.
Anna Chapman, Vicky Peláez, su marido y los otros espías ocultos en el American Way of Life vuelven a Rusia tras declararse culpables ante un tribunal que los deportó inmediatamente tras el previo acuerdo de Rusia y Estados Unidos para que la operación del FBI contra el supuesto espionaje ruso no enturbie la nueva era del 'Big Mac' abierta por los presidentes de ambos países, Dimitri Medvedev y Barack Obama, probables artífices del arreglo rápido de los hechos.
Detrás dejan una Viena que apenas han pisado pero que tiene a sus espaldas una historia de espionaje que se remonta mucho más allá de la II Guerra Mundial.
Una historia de espionaje
Como relata el periodista Sigrun Rottmann en la BBC, Austria se convirtió en el centro del espionaje internacional a finales del siglo XIX, cuando las tensiones previas a la Gran Guerra y el desmembramiento progresivo del imperio atrajo la atención de la mayoría de las potencias europeas.
"Entre las dos grandes guerras Viena se convirtió definitivamente en el centro del espionaje europeo", señala Sigfried Beer, historiador y jefe del Centro Austríaco de Inteligencia, Propaganda y Estudios de Seguridad.
Pero, como refleja El tercer hombre, fue el fin de la II Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría lo que hizo que la ciudad, dividida en cuatro partes por los aliados, se convirtiese en un polvorín del espionaje, en la que florecían los agentes dobles.
"Austria estaba llena de refugiados desesperados por ganarse el sustento", recuerda Beer, que señala que muchos informantes eran en realidad gente desesperada que buscaba un poco de comida o alcohol.
A mediados de los años 50, Austria se declaró un estado neutral, lo que hizo que muchos agentes abandonasen el país, pero otros se quedaron, sobre todo para monitorizar las operaciones en Europa del Este.
Intercambio en el puente
Muchos de ellos siguieron su actividad en otro frente del espionaje, la Berlín dividida por el muro. Allí se produjo el intercambio más simbólico de la Guerra Fría el 10 de febrero de 1962.
"Fue una escena pacífica, estática e irreal. Esos hombres, envueltos en abrigos de invierno, estaban de pie en el puente divididos en dos grupos y separados por una línea blanca que fue pintada sobre el asfalto para simbolizar que existía el telón de acero", recuerda la periodista de Reuters Annete von Broecker.
Se trata del intercambio de William Fischer, alias Rudolf Abel, uno de los espías soviéticos más célebres, por Gary Powers, un piloto de un caza estadounidense capturado por la URSS.
La zona, el mítico puente Glienicke, conocido como el puente de los espías, que separaba Berlín Oeste de la localidad alemana de Postdam.
"Cuando llegué, los hombres se pusieron en movimiento. Un grupo caminó hacia el este, el otro; al oeste, esfumándose tras cristales tintados de limusinas. Se largaron como cohetes", escribía la periodista en Frontiline, una antología de periodistas de la agencia.
En realidad, tanto en el caso mítico del puente de Glienicke como en el automatismo del paso de un avión a otro de este viernes, a los servicios secretos rusos y estadounidenses les animaba el mismo espíritu.
En clave interna
"En estos casos , los intercambios son de rigor", considera el historiador de los servicios de inteligencia estadoundiense, Mark Stout, en declaraciones a la agencia Reuters.
"Algunos de estos agentes menores probablemente fueron ciudadanos del Bloque del Este que vendieron secretos o apoyaban el espionaje occidental. Muchos de estos nombres se han perdido en la historia", añade en referencia a los cuatro supuestos agentes de la CIA que ha liberado Rusia.
Sobre los rusos, señala que "estaban en un aprieto y tenían a gente en la cárcel por lo que se enorgullecen de sacar a su gente, no tenían otra elección".
Y es que, curiosamente, este tipo de interambios tienen sobre todo sentido en clave interna: con ellos estas agencias demuestran a sus agentes que si entran en ellas de alguna manera siempre se ocuparán de ellos.
Eso sí, el 'affaire' de los espías y su resolución posterior deja una pregunta en el aire, que es genuinamente post Guerra Fría: Si la operación del FBI durante más de diez años ha acabado con este intercambio, ¿tenía sentido realizar las detenciones?
En un momento en el que Rusia y EE.UU. son aliados, ¿qué sentido tiene que un país se gaste tanto en mantener unos espías que le dan una información que puede encontrar en los confidenciales digitales y otro en una operación de seguimiento que ha durado años con este resultado?
Y es que, parafraseando a Welles, Rusia y EE.UU. a partir de este caso es probable que hagan cosas que les hubiesen parecido impensable durante la Guerra Fria. Por ejemplo, dejar a sus espías en paz.