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Participo de unas jornadas organizadas por el Fondo Andaluz de Municipios por la Solidaridad Internacional (Famsi), donde se habla de educación al desarrollo y de educar en valores, pero no una hora a la semana, sino de forma transversal y no solo en el aula de un colegio o un instituto. Escuchamos algunos ejemplos de proyectos en centros educativos y cómo en ciudades como Córdoba, con un largo camino andado en el terreno de la solidaridad y la educación al desarrollo, se ve el efecto multiplicador que tiene ir todos a una en ese sentido.

Porque los niños y las niñas nacen con valores que jamás deberían perder; al contrario, se deberían respetar y fortalecer. Ellos saben qué es justo, saben ser solidarios, saben reconocer unas buenas prácticas y tienen las mentes abiertas para compartir y conocer otras experiencias. Por eso, cuando hablamos de educarles, deberíamos partir de todos esos valores innatos en mentes vírgenes, no contaminadas, para avanzar hacia una sociedad más igualitaria y justa. Aprender páginas y páginas de memoria, llenar un cuenco con letras, no significa que les enseñemos a vivir con coherencia y con sentido común. Por eso, resulta fundamental construir con ellos y con la sociedad que les rodea un mundo mejor. El cole o el instituto no deben ser islas educativas ajenas a los valores que se promueven en casa, en la calle o en el entorno que les rodea.

Una posguerra violenta y cruel, el brutal dominio de una familia adinerada, los Bernal, enfrentada a los humildes Quíner, una pasión macerada en el silencio y la distancia. Miguel de León (La Laguna, Tenerife, 1955) se estrena en la literatura con "Los amores perdidos" (Plaza & Janés), una novela coral, que se desarrolla en sesenta años en escenarios que van del pueblo canario de El Terrero, a Madrid y Nueva York. Una historia de traiciones, venganzas, huidas y pasiones en la que perduran las consecuencias de la Guerra Civil y las brutalidades de la dictadura, los pequeños gestos heroicos o malvados de mujeres y hombres poderosos o anónimos, sus lealtades y compromisos; también la necesaria libertad como guía para decidir en la vida, la felicidad como lucha y esperanza. Y por encima de todo, el autor se pregunta hasta dónde es legítimo llegar por amor, hasta dónde es posible entregarlo sin recibir nada a cambio. Trata de responder con la intensa relación de Arturo Quíner y Alejandra Minéo, sus protagonistas, y así nos lo cuenta en este diálogo.

Un tablado de marionetas, una comedia que es sátira y esperpento, una fábula moral, una disparatada historia tan anclada en la realidad que disecciona desde un humor ácido el descaro y el cinismo de ricos y corruptos, impunes ante sus ingenierías económicas y políticas. De todo ello se ha servido José María Guelbenzu en su nueva novela, "Los poderosos lo quieren todo" (Siruela). Se trata de una obra coral, con personajes de nombres grotescos, que comienza cuando un potentado fiscalista sin escrúpulos, Hermógenes Arbusto, recibe la visita de la Muerte. En su apresurada huída, pacta con el diablo, representado por el atractivo Forcas: a cambio de protección, no podrá hacer el bien y su hija mayor permanecerá en coma hasta su propia muerte. A partir de aquí, conocemos las intrigas de María Ilustración, esposa del millonario, las peripecias de Tomás Beovide Soñador, profesor de literatura, poeta y enamorado de la bella durmiente, los culturetas miembros del Círculo Gongorino, un mendigo sarcástico, empresarios, políticos, periodistas, obispos, todos atravesados por la ambición… Y sobre todos ellos, un narrador que interviene en la trama y se enfrenta al autor, el mismo que quizá sea, o no, José María Guelbenzu, con el que conversamos aquí mientras oímos a Julie London.