Poesías, de Mercedes de Velilla
La claridad gris de la mañana del 8 de octubre de 1875 se refleja en los ojos de Mercedes de Velilla al despedirse de su amiga Concepción de Estevarena. Las poetas sevillanas cuentan, respectivamente, 23 y 21 años, y parece que tienen la vida a favor. En el andén, antes de que Concepción suba al vagón que la llevará a Madrid, y luego a Jaca, en Huesca, ninguna imagina que ya no volverán a verse nunca. Han pasado una época que recordarán, cada una desde su propio arco de vida, como la más enriquecedora, la más dichosa y más celebratoria, en la casa familiar de los Velilla, en la calle Manteros. Allí, han disfrutado del salón con los jóvenes literatos sevillanos: entre ellos, Luis Montoto y José de Velilla, hermano de Mercedes y amigo de Concepción. Tras el fallecimiento de su padre, Concepción de Estevarena es recibida en esa casa, a cuya tertulia ya tiene costumbre de acudir, desarrollando una profunda amistad con ambos hermanos: especialmente, con Mercedes. La marcha de Concepción, reclamada en Jaca por su tío, tras quedar huérfana, supone una doble encrucijada: para ella, y también para su amiga Mercedes de Velilla. Son dos almas afines, cómplices en escritura y juventud, desde la condición femenina sobre esa realidad mostrenca de la España isabelina, que contempla la poesía escrita por mujeres como una encantadora excentricidad. Desde que se separan, las dos se quedarán solas: Concepción, en lo que parece su nueva vida en Jaca, ante la inmensidad de su muerte, meses después; y Mercedes, sola, hacia esa otra inmensidad de continuar viviendo.