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En su magnífico ensayo, o gran clásico moderno, El arte de la novela, el escritor checo Milan Kundera definió la novela como “arte ambiguo y profundamente antitotalitario”. Es decir, el mejor antídoto para luchar contra las verdades absolutas, fundándose en la relatividad de las cosas y asuntos humanos. Una premisa, escapar del realismo y linealidad canónica, que parecen cumplir brillantemente, en muy diversas formas, los grandes escritores actuales de la Europa Central: desde el rumano Cartarescu o la espléndida autora croata recientemente desaparecida Dubravka Ugresic, hasta la Premio Nobel polaca Olga Tokarczuk, sobre todo en libros suyos como Los errantes. A ellos hay que añadir el gran talento búlgaro de nuestros días, Gueorgui Gospodínov, reciente Premio Booker Internacional por su excelente y fantásticamente poliédrica obra, Las tempestálidas. Poeta y narrador, Gospodínov (nacido en Yambol, en 1968) debutó en la narrativa con una obra de centro sumamente nómada, como es habitual en él, Novela natural, a la que siguió otra espléndida, galardonada con un gran número de premios internacionales, que jugaba con diversas identidades múltiples, Física de la tristeza, de 2011. Escritor de una imaginación deslumbrante y sumamente cautivadora, que avanza en zigzag, sin ataduras ni servidumbres lineales, Gospodínov construiría con Las tempestálidas una brillantísima obra sin género, que integra todo a la vez. Por un lado, se trata de una novela oscilante desde el principio entre lo puramente fantástico y cápsulas muy concretas de lo real e histórico; un artefacto distópico que alberga la historia y los momentos e hitos más significativos del pasado siglo en Europa.

Raquel González Rubio es profesora universitaria de economía y su primer libro de literatura infantil, 'Animaleza', no es un texto de primera incursión, ni mucho menos, es un libro de poemas divertidos, bien rimados y protagonizados por animales, que os va a gustar a primeros lectores pero también a los más experimentados.

Ilustrado por Natascha Rosenberg y editado por Edelvives es un título a tener en cuenta para tenerlo en vuestras librerías.

Mara Peterssen y el biólogo Miguel Delibes de Castro presentan ‘Gracias a la vida’, un libro que agradece la gran biodiversidad que nos rodea y hace posible la existencia en la Tierra. Incluso las especies más insignificantes y son necesarias para mantener el equilibrio de los hábitats.

En las más de 600 páginas de aventuras de El mapa de un mundo nuevo (Ediciones B), el escritor aragonés Luis Zueco (Borja, 1979) vuelve a su género favorito: el thriller histórico. Tras el éxito superventas de su anterior novela, El tablero de la reina, el autor hace protagonista de nuevo a Isabel la Católica, en este momento al final de su reinado, y en un periodo convulso para la Corte y para toda Europa. También aparece la sombra alargada de la figura de Cristóbal Colón.

Luces de bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán, se representa por primera vez en el Teatro Español de Madrid, institución que dirige Eduardo Vasco. Él es el responsable de esta versión, en escena hasta el 17 de diciembre, con un elenco de 25 intérpretes, entre ellos María Isasi, arropando a Ginés García Millán, nuestro Max Estrella.

El Teatro Fernán Gómez planta cara a Hallowen recuperando para estas fechas el ‘Don Juan Tenorio’ que tan ligado ha estado siempre al Día de Todos los Santos. Ignacio García dirige un elenco de ensueño en esta propuesta concebida como semimontado que solo se verá este fin de semana.

Juan Valera alcanza la verdad de sí mismo en la escritura con Pepita Jiménez. Tiene 50 años y todos sus trabajos literarios cristalizan aquí: en el relato del enamoramiento de un joven aspirante a sacerdote que ha cubierto con velos, de tibio misticismo, esa carnalidad dosificada del paisaje y el cuerpo, con su gracia elegante, de Pepita Jiménez. Ha escrito cuentos con hondura mítica y fantástica, ensayo, y un epistolario que mantendrá hasta que la ceguera lo recluya dentro de su recuerdo. Juan Valera, en su adolescencia, ha soñado con el Romanticismo, y llega a conocer a su gran héroe: José de Espronceda. Ha publicado en todas las revistas al alcance brioso de su pluma, las ha fundado y dirigido, y se ha dedicado a la crítica. Su madurez coincide con el desmoronamiento de ese Romanticismo en el que nunca ha llegado a creer, y del que sólo admira su exigencia de ilustrar lejanos mundos fastuosos, muy idealizados, del exotismo al mito primigenio, en la recuperación del pasado. A pesar de su entusiasmo juvenil y su amistad con otro cordobés, el Duque de Rivas, nunca llegará a ser un escritor romántico, ni tampoco un narrador realista; desdeña el costumbrismo -aunque haya ambientación de la vida campestre en sus novelas- y crea un registro nuevo, con la idealización no de pasados remotos, sino del presente en pie, desde la belleza estética y una percepción sensorial de la vida, en un hedonismo esbelto y clásico. Juan Valera es un hombre que lo ha vivido todo -aunque todavía tenga mucho por vivir-, cuando debuta como novelista con su primera obra: Pepita Jiménez

En este mundo de prisas, inmerso también en una carrera espacial que, a base de constelaciones de satélites, amenaza con taparnos la vista de las constelaciones de verdad, eso de ir despacio por el espacio no parece ir con los tiempos. Pero es evidente que ambas palabras, “espacio” y “despacio”, están relacionadas. ¿Evidente? ¿De verdad? Pues vamos a verlo. Nos acompaña en esta odisea la música de Aracan.